Tras varios meses
ausente de mi publicación, había multitud de temas sobre los que escribir.
Podría haber retomado la actividad, comentando estos bochornosos meses de la
política doméstica, del Brexit, de la situación en Oriente Próximo, de la paz
en Colombia... ya habrá tiempo, sin duda el fenómeno que posiblemente más
trascendencia tenga sobre el futuro de todo el planeta es Donald Trump.
Hacer valoraciones ahora
mismo sobre el recién electo presidente de Estados Unidos parece tan arriesgado
como imprudente, pero si en algo coinciden los analistas más reputados de los
tres mundos, es que traerá consecuencias y no precisamente beneficiosas para el
orden mundial establecido. Otra cuestión bien distinta es, si también traerá
esos malos vientos para sus cerca de sesenta y dos millones de votantes. Se
dice pronto ¡Sesenta y dos millones de personas! Electores que han elegido
sobre el papel como líder a un xenófobo, misógino, megalómano y
ultraconservador personaje ¿Cómo es posible que un país en teoría avanzado,
elija semejante sujeto como presidente? Pudiera parecer una sorprendente
anomalía o una broma pesada del sistema, pero es muy real y ya no debería
sorprendernos. El populismo es un fenómeno reiterativo en la historia de la
humanidad, y casi siempre con desastrosas consecuencias. Los pueblos, las
personas, al fin y al cabo los electores perdemos la memoria y tendemos a
repetir los mismos patrones una y otra vez, siempre confiados en que nuestro
salvapatrias particular albergue las mejores intenciones.
Recuerdo ahora con
cierta tristeza como a finales del milenio pasado, reflexionaba en un post
sobre la llegada al poder en Venezuela del Arañero de Sabaneta y sobre cómo en
Occidente se veía con lejanía y cierto desdén la aparición de estos movimientos
populistas en América del Sur, me preguntaba si toda aquella verborrea tan
vacía de contenido como surrealista podría calar en algún momento en nuestro
continente. En la actualidad la respuesta parece obvia, pero hay que ubicar esa
pregunta en un calendario que hoy se antoja muy lejano, a finales de los
noventa, cuando hasta los "pocarropas" como yo podíamos mirar a lo
más alto de la pirámide de Maslow, aquellos años en los que hasta la sociedad
del bienestar ya se nos quedaba corta y aspirábamos a ser Suecia o Austria. Para
gran parte de los ciudadanos españoles de aquel entonces, tan por encima del
bien y el mal, arrogantes y soberbios la explicación a estos fenómenos
populistas se encontraba en la posible incultura y desinformación de estos
pueblos, algún avezado apuntaba a la generalizada pobreza y otros, solo unos
pocos a señalar la frustración y el desencanto como las causantes del triunfo
de un argumentario tan simplista y trasnochado como falto de verdaderos
contenidos. En aquel entonces y a pesar de haber sufrido siquiera unas décadas
antes el peor de los populismos de la historia de la humanidad, nadie
sospechaba que de igual forma, todo el mundo libre sufriría el azote de esta
plaga solo unos años después.
Volviendo a Trump, lo
que queda claro es que Estados Unidos no es ni un estado fallido sin formación
ni cultura y tampoco es un país pobre. Al contrario, estamos hablando de la
primera potencia económica y militar del planeta. Solo queda la tercera opción,
la frustración y el desencanto ¿Ante qué se siente así la sociedad estadounidense
y por extensión Europa? No nos engañemos, para que cualquier "revolución
democrática" triunfe, independientemente de su posible legitimidad
intelectual o social, ya sea Bolivariana, Hitleriana, o porqué no
"Trumpariana" tiene que haber un claro y marcado componente
económico. Podríamos quedarnos con esta explicación, pero seamos honestos y
vayamos un poco más allá. La clave del éxito de los fenómenos populistas no
está en esa perenne lucha de clases y la injusticia social, ni contra la
pobreza, tampoco contra la corrupción política, ni contra el mantra de las
oligarquías del poder, todo esto siempre ha formado y formará parte de nuestras
sociedades, pues es intrínseca a la propia condición humana, el quiz de la
cuestión está en el empobrecimiento de una gran porción de la sociedad, el de
las clases medias. La crisis mundial y más en concreto una nefasta gestión de
la misma, nos despertó del sueño, de la noche a la mañana muchos de aquellos “nuevos
ricos” de finales de los noventa, se convirtieron en unos nuevos pobres aún más
frustrados que los pobres que nunca dejaron de serlo, incrédulos e indignados
ante su injusta e "inmerecida" situación. Son incontables las veces
que he podido escuchar estos últimos años la frase ¿Cómo me ha pasado esto a
mi? O ¿Cómo hemos llegado a esto? Es en ese punto donde estas personas que
jamás pensaron en una revolución, principalmente porque no la necesitaban,
demandan una explicación simple a todos sus males, y desde luego sin hacer el
más mínimo examen de conciencia y de esta manera poder ver los propios errores.
Para dar respuesta a este grupo social suelen aparecer estos magos de varita de
Magia Borras bajo el brazo, prometiendo la rápida devolución del perdido
estatus y a decirnos solo lo que queremos oír. No nos dirán que hemos vivido
por encima de nuestras posibilidades, tampoco nos recordarán que en los noventa
también había mucha gente excluida y que en esos años poco o nada preocupaban,
pasarán por alto que el tan denostado sistema de ahora, es el mismo que el que
nos sirvió en esa época para vivir veraneando en Punta Cana y con cuatro coches
por familia ¿Qué queremos escuchar? Que "la gente" la masa social no
tiene responsabilidad alguna sobre su triste destino, que la culpa es de otros,
de los emigrantes, o del sistema, de las multinacionales, o de los políticos,
del vecino del quinto o del cambio climático ¿Qué más da? La técnica es la
misma, ofrecer al populacho un concepto simplón sobre el que descargar esa ira
y esa frustración. Hace unos meses escuché al mediático populachero español
decir que España vivía un momento leninista, y que había que aprovecharlo en
pos de la consecución de su ansiada revolución ¿A qué momento o mejor dicho a
quién se refería? Obviamente no mencionaba a las clases más adineradas, y
tampoco a los estratos menos favorecidos, pues al fin y al cabo para cualquiera
de estas clases el cambio durante la crisis no fue tan significativo. Se
refería sin duda, a quien más ha sentido el golpe de la crisis, se trataba de
ese adormecida clase media siempre acunada por la socialdemocracia y que de
repente era despertada de un tremendo e inesperado "bofetón" en forma
de ajustes, la corrupción y el paro.
Sin entrar en el detalle
de todos estos discursos populistas, podemos observar en la mayoría de los
casos varías coincidencias en su ideario, no son otras que la disrupción y el odio.
Esto es lo realmente pavoroso, que por encima de las ideas políticas, de
nuevo triunfan en nuestros países estos decálogos fundamentados en emociones,
que básicamente están basadas en el rencor, el odio y la frustración, y que
tienen como objetivo dividir y fraccionar un mundo que hoy más que nunca
debería ser global. Y yo me pregunto ¿Acaso es posible crear partiendo desde
sentimientos tan perversos? La experiencia nos dice que no, pero como dijo
Obama el pueblo ha hablado, por lo que debemos dar una oportunidad a Trump y a
sus más de sesenta millones de votantes, quizá en esta ocasión el pueblo si
haya sido sabio.
Para terminar dejo una frase
de George Bernard Shaw con la que no puedo estar mas de acuerdo ``La democracia es el proceso que garantiza que no seamos
gobernados mejor de lo que merecemos´´