Ayer Domingo, disfrutaba tranquilamente de la tradicional comida familiar en casa de mis queridos padres, cuando mi padre comentó la noticia surgida el viernes en relación a la más que conocida infedelidad del Rey Emérito con una de las más destacadas reinas eméritas del destape. Hasta aquí nada es sorprendente, pues de todos es sabido el marcado carácter fornicador de nuestro ex-Rey, y sobre todo porque la prensa rosa produce en mi el más absoluto desdén y despreció. El hecho en sí, ni escandaliza ni dice más o menos a favor de Don Juan Carlos, más si cabe en un país en el que un 35% de la población reconoce ser o haber sido infiel a su pareja, y que ostenta el liderato europeo en cuanto a infidelidad se refiere. Estos datos son de 2014, probablemente ya muy desfasados con el boom del movimiento swimger. Tal y como comentaba, podríamos decir que la tradicional conducta adúltera borbónica no hace sino representar adecuadamente a su hipócrita pueblo, por lo que no parecen demasiado detestables tales comportamientos.
Ahora bien, la noticia va mucho más allá de la indiscutible promiscuidad del emérito rey, y mi padre continuó comentando algunos de los detalles del para mí, hasta ese momento desconocido affaire palaciego. Por no relatar todo este rancio y disparatado vodevil, les coloco un enlace a un diario digital donde podrán profundizar en toda esta miserable trama, en la que realmente lo que escandaliza e indigna es la cantidad de fondos y recursos públicos que se destinaron para intentar tapar la infinita torpeza e imprudencia de un hoy más que nunca casquivano rey emérito.
En otras ocasiones y a pesar de considerarme un monárquico agnóstico, tomando el papel de abogado del diablo defendí con vehemencia al personaje e incluso a la institución. Hoy, supongo que como muchos otros españoles siento una profunda decepción, y es que a los que crecimos con la Constitución del 78 y vivimos la modernización de un país gracias a un sistema simbolizado por Don Juan Carlos, cada vez nos resulta más complicado mantener la fe en este país, en sus símbolos o en su historia. Habrá que perseverar en nuestras convicciones y creer más que nunca que la idea de España está muy por encima de sus políticos e incluso de su Rey.
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